SENTIRES

Hemos seleccionado fragmentos de relatos, poesías y cuentos cortos tanto de poetas locales como algunos de los Premios del Marqués de Sargadelos que acogen relatos costumbristas de la zona. Estos poemas o relatos ofrecen una ventana a la autenticidad y la singularidad de la comarca de Oscos-Eo.


Valentín Gayoso Ferreiro ( Santalla de Oscos) 

IX Premio Relato Costumbrista Antonio Raymundo Ibáñez, Marqués de Sargadelos


Chámome Bernardo e a mía muyer en paz descanse chamábase Pepa, pro como eu sempre fun el de levar os pantalois na casa, todos me chamaban “Bernardo el de Pepa”.

Teño sesenta e cuatro anos , muy mal levados, a causa del tabaco e dos chanqueiros, como decía a mía Pepa en paz descanse (el que cabei no monte e as molladuras que pillei, eran pura salú).

Son de clase media acomodada (acomodada na miseria dende que nacín, e sen desacomodarse hasta hoy). Vivo núa casía deslousada polas cuatro augas, anque leite, pan e algo de cocho nunca me faltan.

A mía Pepa lleu sempre vivimos solos (bueno, con un cento de ratos), nun tuvemos fillos, aunque nun foi por nun poñerlle ímpetu, como decía D. Ramón "el médico".

Eu ímpetu poñíalle, e tamén ferramenta, que , según decían os meus quintos da mili, calzaba igual que de pé ( un cuarenta i oito). Eu sabía ben que D. Ramón taba equivocado no diagnóstico, porque el tía sete fillos e movíase con tal parsimonia que lle levaba subir a costapela que hay dende a consulta hasta a botica el tempo que a mín segar duas cargas de herba verde, e inda me daba tempo a facer un cigarro.

Tampoco me convencía a teoría de D. Antonio " el cura", que decía que se Dios nun quixo darme fillos, sería por algo ( el algo debía ser el medo que eu tía a que me caese a iglesia derriba da testa) pro ben sei ei que Dios nun había ter cousas mais importantes que facer.

Pro bueno, tendo en cuenta que a un probe nunca lle ameice, esas son cousas normales da nosa vida.

Vamos al asunto que vos quero contar.

Al empezar el outono e verlle caer a folla, púxenme medio morriñento, con unha mormera que nun quitaba de encima. Nun tía gana de nada, únicamente de pensar na mía Pepa de día y de noite. Antes dir pra a cama tomei un bon aferventado (media concada de leite, media de ron e unha cucharada de mel).

Tando na cama de noite rompín a sudar, e, al abrir os ollos, vin al mismísimo demo que me dixo que me había levar antes de oilo cuco.

Levanteime antes de ser día e senteime nel escano. Lougo fixen el lume e púxenlle al puchero todo el café que tía pral mes, nun fose ser el último. Despois abrín el portuxo; facía un nordés que che pelaba el fucin. Fun debaxo del horro e saquéi el baño de escamar e púxeno amollo (quería comelo cochín antes que me levase el demo).

Despois vaxei pola caella, e fun contarlle el caso a Pepe da forxa. Lo primeiro que me dixo foi que lle dese a volta a pucha e que puxese as galochas del dereto.

Deixou a tixela que taba facendo e pasamos pra a cocía esquivando duas cestadas de clavos que tóa feitos.

A persación que tuvemos tranquilizóume un pouco, bueno, eso ou cinco alfergos de país que tomamos cada un. Aconselloume ir ver a D. Ramón el médico, porque según el, lo que tía eu era unha depresión de pensar na mía Pepa ( en paz descanse) todo el tempo.

Antes dir inda fun polo de Tito mollar a palabra pra poder explicarlle ben el caso a D. Ramón, xa que nunca tuvemos muy compenetrados dende que me soltou a farolada de ímpetu.


El diagnóstico foi presciso, exatamente el que a mín me parecía:

Falta de Espíritu. Espiritualmente andaba muy mal. A ultima vez que fun a misa foi el día que fixen a comunión e todo hay que deciloi, tuvo que levarme mía madre col fumeiro na mau.

Pérdida de valores pra vivir. Valores nun tía ningún dende el día que lle fun infiel a mía Pepa, en paz descanse, con Juana da volta. Voteille a mau as cachas pra axudarlle a subir al caínzo, e nun lla soltéi hasta que me deu cúa galocha de escarpín no medio dos ollos.

Encharcamiento de pulmón.Nun me pilla de sorpresa. Eu nun son un home de números, pro, un alfergo pola mañá en cada chigre (nun se pode quedar mal con nadie por pouca cousa), mais os vasos de viño del mediodía e da tarde multiplicados polos días del ano, e polos anos que teño, fain....bueno, votadelle a cuenta vosoutros que eu nun son de números.

A cousa taba cantada. Un home da miña calaña tía que levalo el demo sel había ( e haber habíalo, que eu víralo).

Así foi pasando el inverno. Duas povisadas e tres nevadas grandes.

Col apuro de comelo cocho, nun me chegou al entroiro. El galo, e despois as pitas, levaron el mismo camín quel rancho.

Polas noites soñaba que taba nel inferno atizando sin para, porque sempre oira que alí había muito lume, e quel que iba pra aló tía que roxar na caldeira día e noite.

A mía única esperanza era que levasen a leña toda gastada Loureano da fonda vella, que había tar alí, porque amecíalle al viño que vendía outra tanta auga; D. Manuel da casa grande, que prestaba cuartos a os labradores, e cuando iban volverllos nun los quería e despois quedábaselles coas fincas; ou Modestón el requeté, que denunciara varios vecíos de porta que despois acabaron na cárcel.

Tanto comer e beber fixéronme esqueicer al demo a pedazos.

Deitábame coa barriga ben chea e durmía toda a noite dun tirón (tando farto parece que se espera millor), hasta que unha mañá que taba na cortía col rodalo na máu velando nun toupo, escuitei lo que a mín me parecéu a cántiga celestial mais guapa nunca oída por naide: el cuco cantando na carballeira.



Valentín Gayoso Ferreiro ( Santalla de Oscos) 

IX Premio Relato Costumbrista Antonio Raymundo Ibáñez, Marqués de Sargadelos


Me llamo Bernardo y mi mujer que en paz descanse se llamaba Pepa, pero como yo siempre fui el que llevaba los pantalones en casa, todos me llamaban “Bernardo el de Pepa”.

Tengo sesenta y cuatro años, muy mal llevados, a causa del tabaco y de los chatos de vino, como decía mi Pepa que en paz descanse (el que trabajaba en el monte, las mojaduras que pillaba, eran pura salud).

Soy de clase media acomodada (acomodada en la miseria desde que nací y sin desacomodarme hasta hoy). Vivo en una casucha destechada por las cuatro aguas, aunque leche, pan y algo de cerdo nunca me faltan.

Mi Pepa y yo siempre vivimos solos (bueno, con un centenar de ratones), no tuvimos hijos, aunque no fue por no ponerle empeño, como decía D. Ramón “el médico”.

Yo empeño le ponía, y también la herramienta, que según decían mis quintos de la mili, calzaba lo mismo que el pie (un cuarenta y ocho). Yo sabía bien que D. Ramón estaba equivocado en el diagnóstico, porque él tenía siete hijos y se movía con tal parsimonia, que subir la cuesta que hay desde la consulta hasta la farmacia, le llevaba el mismo tiempo que a mí segar dos cargamentos de hierba verde y todavía me daba tiempo a liarme un cigarrillo.

Tampoco me convencía la teoría de D. Antonio “el cura”, que decía que si Dios no quiso darme hijos, sería por algo (el algo debía ser el miedo que yo tenía a que la iglesia me cayese en la cabeza), pero bien sé yo que Dios tenía cosas más importantes que hacer.

Pero bueno, teniendo en cuenta que al pobre nunca le amanece, esas son cosas normales de nuestra vida.

Vamos al asunto que os quiero contar.

Al empezar el otoño y ver caer la hoja, me puse medio tristón, con un catarro que no me quitaba de encima. No tenía ganas de nada, solo de pensar de día y de noche en mi Pepa. Antes de ir a la cama me tomé un buen ponche (medio cuenco de leche, medio de ron y una cucharada de miel).

Estando de noche en la cama rompí a sudar, y al abrir los ojos, vi al mismísimo demonio que me dijo me llevaría antes de oír al cuco.

Antes de que se hiciera de día me levanté y me senté en el banco. Luego encendí la lumbre y le puse al puchero, todo el café que tenía para todo el mes, no fuera a ser el último. Después abrí la puertucha; soplaba un nordeste que helaba la jeta. Fui debajo del hórreo saqué la bañera de escaldar y la puse a remojo (quería comerme el cochino antes de que me llevase el demonio).

Después bajé por la calle y fui a contarle el caso a Pepe el de la forja. Lo primero que me dijo fue que le diese la vuelta a la boina y me pusiera las madreñas del derecho.

Dejó la sartén que estaba haciendo y pasamos a la cocina esquivando dos cestadas de clavos que tenía hechos.

La charla que tuvimos me tranquilizó un poco, bueno, eso o los cinco chatos del país que nos tomamos cada uno. Me aconsejó ir a ver a D. Ramón el médico, porque según él, lo que tenía era una depresión por pensar en mi Pepa (en paz descanse) todo el tiempo.

Antes de ir, todavía fui a echar un trago donde Tito para poder explicarle bien el caso a D. Ramón, ya que nunca estuvimos muy conectados desde que me soltó la fanfarronada del empeño.

El diagnóstico fue preciso, exactamente el que a mí me parecía:

Falta de espíritu. Espiritualmente andaba muy mal. La última vez que fui a misa fue el día que hice la comunión y todo hay que decirlo, tuvo que llevarme mi madre con el incensario en la mano.

Pérdida de valores para vivir. Valores no tenía ninguno desde el día en el que le fui infiel a mi Pepa, en paz descanse, con Juana la vecina. Le puse la mano en las nalgas para ayudarla a subir al carro, y no la solté hasta que me dio con una madreña de escarpín en los ojos.

Encharcamiento de pulmón. No me coge por sorpresa. Yo no soy un hombre de números, pero, un chato por la mañana en cada bar (no se puede quedar mal con nadie por poca cosa), más los vasos de vino del medio día y de la tarde multiplicados por los días del año, y por los años que tengo, hacen… bueno, echad la cuenta vosotros que yo no soy de números.

La cosa estaba cantada. Un hombre de mi calaña tenía que llevárselo el demonio si lo había (y haberlo lo había, que yo lo vi).

Así fue pasando el invierno. Dos neviscas y tres nevadas grandes.

Con la prisa de comerme el gorrino, no me llegó a carnaval. El gallo, y después las gallinas llevaron el mismo camino que el cochino.

Por las noches soñaba que estaba en el infierno atizando la lumbre sin parar, porque siempre oí que allí había mucho fuego, y que el que iba para allá tenía que calentar el caldero día y noche.

Mi única esperanza era que llevase la leña toda usada Laureano de la fonda vieja, que debía estar ahí, porque le añadía al vino que vendía otro tanto de agua; D. Manuel de la casa grande, que prestaba cuartos a los labradores que cuando iban a devolverlos, no los quería y después se quedaba con las fincas, o Modestón el carlista, que denunció a varios vecinos suyos que acabaron en la cárcel.

Tanto comer y beber me hicieron olvidar al demonio a ratos.

Me acostaba con la barriga bien llena y dormía toda la noche de un tirón (tan saciado parece que se espera mejor), hasta que una mañana que estaba en el prado con la pala en la mano vigilando a un topo, escuché lo que me pareció la canción celestial más bonita jamás escuchada por nadie: el cuco cantando en el robledal.



Vanesa Pérez Villamarzo ( Santalla de Oscos)

XIII Premio Relato Costumbrista Antonio Raymundo Ibáñez, Marqués de Sargadelos


Nacín nel ano 1930. Carmen, mia abola qu’en paz estea; contábame qu’un sete de marzo, anque n’aquelas foyas del conceyo que dicían qu’eu, era eu; houbesen posto el día dez.

Nacín y comigo veu al mundo tamén úa xata. Sempre recordaréi a meu padrín dicindo ”a noite que naciche, houbo tamén nesta casa úa xatía ben guapa”. Lo  que nunca fun quen a saber, foi cual das dúas trouxo máis felicidá n’aquel tempo.

Aquela casa pequena, pegada al pé d’un teixo donde vin eu parar, taba nun pueblín pequeno de Santalla que namáis tía sete casas, oito se contabas el bodego unde Antón y Manuela criaran aquel rabaño de fiyos, con poucos medios pro con muitas intencióis, qu’al final del conto era lo qu’importaba. Sospecho, que de todo el pueblo, ningún tía muitos cuartos, pro nunca nos faltaba un pedacín de pan, un conco de leite ou úa onza de chocolate a os domingos. Y sobre todo, lo que nunca nos faltaba eran portas abertas, vecíos que sentías como tesouros propios y noites de polavila y risadas al pé del lume, con Toñín contando contos y nenos correndo detrás dos ratos qu’iban comer as restras de maíz. A felicidá señores, lo invisible a os oyos que solo se pode ver ben col corazón, como dice el meu bon amigo El Principito; eso era lo miyor que tíamos.

Meu padre Rufino, fora fiyo de maestro y cuando conocéu a mia madre “a muyer cos oyos máis guapos de toda a contornada” como él dicía, taba estudiando pra praticante na capital. Quixo Dios, a cigua, a mala sorte, el destino, ou como queiran ustedes chamarye; qu’el maestro morrese cedo, lo qu’obligóu a meu padre a volver al pueblo y como non, tolo d’amor; acabóu casándose cua súa Filomena del Portalón.

El reló andaba y eu medraba brincando con mía ermá Alejandra, ningúa das dúas tia concencia abonda pra saber que d’ano en ano, aquela ermandá cos vecíos, aquela pequena bonanza que vivíamos, taba cambiando; úa escuridá que ningún de nos foi quen a adiviar veu, sin aviso, sin chamo. Y de repente…

A GUERRA

- ¿Qué pasa maminía? ¿por qué nun podemos ir xogar cos nenos del Chao? ¿por qué xa nunca vamos a polavila a casa de Riba? Eu, era un anázcaro pequeno pro chen de preguntas, úa nena que nun entendía como dún día pra outro toda aquela libertá se volverá en: non, nun podes, hai que quedarse na casa, cuando veñades da escola nun paredes en ningún sito en nun faledes con nadie.

Meu padre, aquel home que todas as noites al deitarnos nos cantaba aquelo de “Xan xaran xan, a cabalo dún can, el can era coxo…” que tanto nos facía rirnos, pasóu a ser un home serio al que solo escuitábamos xurar y maldicir contra os nacionales, ús homes qu’eu nun conocía pro qu’él que ye roubaran a súa Repúbrica y a súa libertá, duas muyeres, parecíame a min, ás que quería máis q’ua mia madre y aquelo xa era muito dicir.

Teño que contarvos tamén señores, que lougo aprendín lo qu’era a represión, lo qu’era el angustia, a desconfianza y el temor, hasta a algúa d’aquelas personas que vivían al pé de nos y como non, a aquel piquinín de Ferrol con aires de grandón que baxo el sou ordeno y mando trouxo aquela tolura chamada dictadura. ¡Qué ben describía os tempos que corrían aquela cancionía que dicía probe da veya que ta na fornela con sete neníos y media mantela!

Pola cuenta que me traía, tamén aprendín axina qú’un é dueño de lo que cala y esclavo de lo que fala y comprendín entoncias aquelos non, tan serios que mia madre me dicía.

Recordo tamén ben lo que sintín úa mañá nel prado al pé da Fonte de Baxo, unde mia madre, mía tía Pilar y eu tábamos segando trigo. Foi mia madre a primeira que los viu vir nel Chouso, aquel traxe y aquela traza, ensiguida los delataba. Y tamén foi mia madre a que depresa y sin chilar nos mandóu meternos nel suco y taparnos con lo que segaramos. Y alí, deitada tocando el tarrén, cuasi sin respirar; mentras los sentíamos pasar falando camín alantre, sentín el medo. Medo al disparo, medo a morte y medo al ser humano.

Nun sei cuanto tempo pasamos alí, solo sei que nunca esqueicín aquelo, como tampouco esqueicín el día que Manuela chegóu á nosa porta, berrando y chorando esblancuxada, dicindo qu’os falanges cuasi mataran al sou home. Antón que nunca nada máis fixera que trabayar como un burro y darye todo lo que podía a súa familia, taba aquela tarde na curtía; subido nel pico da meda de trigo cuando pol camín pasóu un grupín d’elos y un dixo:

- ¿Queredes ver como baxa aquel páxaro da meda?

A sorte foi, qu’outro ye replicóu:

- Home, deixalo tar. Ten un rabaño de fiyos y abondo ten con lo que ten.

Y así foi señores, como a vida foi pasando y como fun andando el meu camín hasta chegar según dice el almanaque, a este ano 2016. Tuven sorte, fun querida y quixen. Tuven sorte, tou viva.

Os meus morreron y hoi neste tempo de muitas personas pro de pouca xente, xa nun me queda nadie a quen contarye esta pequena historia, será por eso que la escribo aquí pra ustedes, pra que nun se perda, pra que nun s’esqueiza.



Vanesa Pérez Villamarzo ( Santalla de Oscos)

XIII Premio Relato Costumbrista Antonio Raymundo Ibáñez, Marqués de Sargadelos


Nací en el año 1930. Carmen, mi abuela que en paz esté; me contaba que un siete de marzo, aunque en los documentos del concejo decían que yo, era yo, habían puesto el día diez.

Nací y conmigo vino al mundo una ternera. Siempre recordaré a mi padrino diciendo “la noche que naciste, vino también una ternerita bien guapa”. Lo que nunca se supo, fue cuál de las dos trajo más felicidad en aquel tiempo.

Aquella casa pequeña, pegada al pie de un tejo a la que vine yo a parar, estaba en un pueblín pequeño de Santalla que solo tenía siete casas, ocho si contabas el cobertizo en el que Antón y Manuela criaban un rebaño de hijos, con pocos medios pero con buena voluntad, que al fin y al cabo era lo que importaba. Sospecho que, en todo el pueblo, nadie tenía muchos cuartos, pero nunca nos faltaba un pedacito de pan, un cuenco de leche o una onza de chocolate los domingos. Y sobre todo, lo que nunca nos faltaba eran puertas abiertas, vecinos que sentías como tesoros propios, noches de polavila (1) y risas al abrigo de la lumbre, con Toñín contando cuentos y niños corriendo detrás de los ratones que iban a comerse las ristras de maíz. La felicidad señores, lo invisible para los ojos ya que solo se puede ver bien con el corazón, como dice mi buen amigo El Principito; eso era lo mejor que teníamos.

Mi padre Rufino, era hijo de maestro y cuando conoció a mi madre “la mujer con los ojos más guapos de todo el contorno” como él decía, estaba estudiando para practicante en la capital. Quiso Dios, el mal de ojo, la mala suerte, el destino, o como quieran ustedes llamarlo; que el maestro muriese pronto, lo que obligó a mi padre a volver a su pueblo y como no, loco de amor, acabó casándose con su Filomena del Portalón.

El reloj andaba y yo crecía brincando con mi hermana Alejandra, ninguna de las dos tenía tanta conciencia como para saber que, de año en año, aquella hermandad de vecinos, aquella bonanza que vivíamos, estaba cambiando; una oscuridad que ninguno de nosotros vimos venir, sin aviso, sin llamar. Y de repente…

LA GUERRA

- ¿Qué pasa mamita? ¿por qué no podemos ir a jugar con los nenos del Chao? ¿por qué ya nunca vamos a la polavila de la casa de Arriba? Yo era una mica llena de preguntas; una nena que no entendía como de un día para otro toda aquella libertad se convirtió en: no, no puedes, hay que quedarse en casa, cuando vengáis de la escuela no os paréis en ningún sitio y no habléis con nadie. 

Mi padre, aquel hombre que todas las noches al acostarnos nos cantaba aquello de “Xan xaran xan, a caballo de un perro, el perro era cojo…” que tanto nos hacía reír, pasó a ser un hombre serio al que solo escuchábamos jurar y maldecir contra los nacionales, unos hombres que yo no conocía pero que le habían robado su República y su libertad, dos mujeres, me parecían a mí, a las que quería más que a mi madre y eso era mucho decir.

Tengo que contarles también señores, que después aprendí lo que era la represión, lo que era la angustia, la desconfianza y el temor, hasta en alguna de aquellas personas que vivían al pie de nosotros y como no, a aquel pequeñín de Ferrol con aires de grandón que bajo su ordeno y mando nos trajo aquella locura llamada dictadura. ¡Qué bien describía los tiempos que corrían aquella cancioncita (2) que decía probe da veya que ta na fornela con sete neníos y media mantela!

Por la cuenta que me traía, también aprendí rápido que, uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla, y comprendí entonces aquellos noes tan serios que mi madre me decía.

Recuerdo también bien lo que sentí una mañana en el prado al pie de la Fuente de Abajo, donde mi madre, mi tía Pilar y yo estábamos segando el trigo. Fue mi madre la primera que los vio venir por el Chouso, aquel traje y aquella traza, enseguida los delataba. Y también fue mi madre la que deprisa y sin gritar nos mandó meternos en el surco y taparnos con lo que segáramos. Y allí, tumbada tocando el suelo, casi sin respirar; mientras los sentíamos pasar hablando camino adelante, sentí miedo. Miedo al disparo, miedo a la muerte y miedo al ser humano.

No sé cuánto tiempo pasamos allí, solo sé que nunca olvidé aquello, como tampoco olvidé el día que Manuela llegó a nuestra puerta, chillando y llorando empalidecida, diciendo que los falangistas casi matan a su marido. Antón que nunca hiciera nada más que trabajar como un burro y dar todo lo que podía a su familia, estaba aquella tarde en la era; subido en el pico de la meda (3) cuando por el camino pasó un grupo de ellos y uno dijo:

- ¿Queréis ver cómo baja aquel pájaro de la meda?

La suerte fue que otro le replicó:

- Hombre, déjalo estar. Tiene un rebaño de hijos y ya tiene bastante con lo que tiene.

Y así fue señores, como la vida fue pasando y como fui andando mi camino hasta llegar según dice el almanaque, a este año 2016. Tuve suerte, fui querida y quise. Tuve suerte, estoy viva.

 Los míos murieron y hoy en este tiempo de muchas personas pero de poca gente, no me queda nadie a quien contarle esta pequeña historia, será por eso que la escribo aquí para ustedes, para que no se pierda, para que no se olvide.



 (1) Polavila: reuniones que hacían los vecinos en una casa en las largas noches de invierno para entretenerse un rato charlando hasta que llegara la hora de irse a la cama.

 (2) La cancioncilla expresa la dificultad de una pobre mujer para sacar adelante a sus siete hijos sin recursos suficientes.

 (3) Meda: conjunto de haces de mies o paja, o de hierba, dispuestos en forma de cono.




Alberto Calvín Corredoira ( Taramundi)

XII Premio Relato Costumbrista Antonio Raymundo Ibáñez, Marqués de Sargadelos


Dicen ca pedra nun fala, 

pero eu non sei que che diga, 

si sabemos observala

dice mil cousas da vida.


Pero e ca xente ta xorda,

pero e ca xente non mira

de que na pedra a historia

o tempo nos deixa escrita.


Contas casiñas de aldea

que van morrendo entre silvas

se fixeron pedra a pedra

con esforzo e mil fatigas.


Dicen ca pedra nun fala,

pero eu non sei que che diga, 

porque unha pedra afumada

eu soñei que me decía:

Vou contarche a historia

de cómo era esta cociña

a que pode ver agora

deslousada y en ruina.


Sin o tabique de tabla

 que en outros tempos tiña

e desfeita a lareira

alí donde a leña ardía.


O guindaste sin garmalleira

unha garmalleira que tiña

a cruz arriba do medio

porque a xente decía

que así non baxaba o demo

a revolverlles na cinza.


Pero máis que contra o demo

aquela cruz servía

pra ter conta do garfelo que remecía a comida.


Ou se colgaba un paxelo

pra que enxugase enseguida

cando chegaba o labrego

todo mollado a cociña.


Todo taba calculado

dunha maneira sencilla, e alí naquel recanto

un alzadeiro había:


Gardaba potas por baxo,

concas e platos por riba,

a sella taba no medio

e tiña o cazo encima.


Aquel cazo tan fregado

que as veces relucía, 

e se colgabga dun clavo

encanto a xente bebía.


Logo había tres escanos

que as noites de polavila

sempre taban ocupados

por esa xente que viña


A contar y a escuitar contos

e falar cousas da vida, 

e rirse unhos cos outros

que así era a polavila.


Pero un día nesta casa

puxeron outra cociña

unha cociña “económica”

que como era pequeñiña

deixou a xente de fora

de volver a polavila.


Y eu quedéi aquí sola,

aquí sola y aburrida,

sola encima do forno

donde o pan se cocía

y hoi sufre o abandono

en que ta toda a cociña.


Solo somos un recordo

do que era aquela vida

a ver se un día che conto

algo máis da polavila.





POEMA A COCIÑA DE LAREIRA   Ler versión orixinal na fala 

Alberto Calvín Corredoira ( Taramundi)

XII Premio Relato Costumbrista Antonio Raymundo Ibáñez, Marqués de Sargadelos


Dicen que la piedra no habla,

pero yo no sé que te diga,

si sabemos observarla

dice mil cosas de la vida.


Pero es que la gente está sorda,

pero es que la gente no mira

que en la piedra hay historia

que el tiempo nos deja escrita.


Cuantas casitas de aldea

que van muriendo entre zarzas

se hicieron piedra a piedra

con esfuerzo y mil fatigas.


Dicen que la piedra no habla,

pero yo no sé que te diga,

porque una piedra tiznada

yo soñé que me decía:

Voy a contarte la historia

de cómo era esta cocina

la que puede verse ahora

destechada y en ruinas.


Sin el tabique de tabla

que en otros tiempos tenía

y deshecha la lareira

allí donde la leña ardía.


El guindaste sin cadena,

una cadena que tenía

una cruz arriba en medio

porque la gente decía

que así no bajaba el demonio

a revolverles la ceniza.


Pero más que contra el demonio

aquella cruz servía

para colgar el cucharón

que removía la comida.


O se colgaba el atuendo

para que secase enseguida

cuando llegaba el labriego

todo mojado a la cocina.


Todo estaba calculado

de una manera sencilla,

y allí en aquel rincón

una alacena había:


Guardaba cazuelas abajo,

cuencos y platos arriba,

la sella estaba en el medio

y tenía el cacillo encima.


Aquel cacillo tan fregado

que a veces relucía,

y se colgaba de un clavo

en cuanto la gente bebía.


Luego había tres bancos

que en las noches de polavila

siempre estaban ocupados

por esa gente que venía.


A contar y escuchar cuentos

y hablar de cosas de la vida,

y reírse unos con otros

que así era la polavila.


Pero un día en esta casa

pusieron otra cocina

una cocina “económica”

que como era pequeñina

dejó a la gente de fuera

sin volver a la polavila.


Y yo quedé aquí sola,

aquí sola y aburrida,

sola encima del horno

donde el pan se cocía

y hoy sufre el abandono

en el que está la cocina.


Solo somos un recuerdo

de lo que era aquella vida

a ver si un día te cuento

algo más de la polavila.







Anónimo

III Premio Relato Costumbrista Antonio Raymundo Ibáñez, Marqués de Sargadelos


As Barreiras-Juan Legazpi Fernández En cinco días del mes de Enero del año de mil ochocientos y nuebe se enterró en esta Parroquial Iglesia de Santa Eulalia de Oscos, y arriba en la primera fila al lado de la Epístola, la cuarta sepultura Juan Legazpi Fernández vecino y oriundo del lugar de As Barreiras de esta Parroquia, esposo que fué de María Díaz Riopedre oriunda del lugar de Nonide, recibió los Santos Sacramentos, hizo Escriptura de Donación de todos sus bienes después de su óbito a favor de sus hijos, José, Antonio y María Dolores sobre las casas, tierras y bienes que poseía en Las Barreiras, San Mamed y San Martín, con la carga de sus funerales, mandó decir por su Ánima y la de aquellos a quien eran de cargo una misa el dicho día de San Juan y sesenta misas cantadas y rezadas, no fundó obra pía alguna y para que conste como tal theniente Cura que soy en esta referida Parroquia de Santa Eulalia de Oscos por Don Joseph Bermúdez Valledor Cura propio de ella, lo firmo los dichos día mes y año ut supra.

Alonso Méndez de la Graña.


Deste xeito, sin aspavientos, acábase a terceira generación daquelos ferreiros chegados vai anos de Vizcaya a os Oscos. El caso é que os vecíos decote yes chamaron os del Gaspe das Barreiras, po la rareza del sou apellido, po lo difícil de dúas consonantes xuntas, zp, po lo sentido de recelosa defensa cos de de fora. (un ilustrado matemático dá fé de que Legazpi ven del Francés le gaspí , que traducido á fala daría algo así como el gaspe ). Juan foi morrer quizáis adréde por rabias e malencolías naquel día en que a Nación taba enchoupada na sangre da que deron en chamar Guerra da Independencia.

Foise como cuase todos baldado pro ledo por haber feito as cousas, pra nun tumbar al morrer todo cuanto él e tódolos de antes habían levantado axudándose és a os outros sin guerriar. A José (Pepe), el fiyo meirande, xa casado, deixouye a casa e as terras das Barreiras. Non por ser a miyor dote era desprecio pra os máis; así e todo tía cuatro fiyos e pra vir el quinto y’era el meirazgo.

Antonio (Ton), solteiro, derregóu pra Samamede.

E aquela propiedá de Samartín na Pena da Ozca que tantos desvelos ye trouxera a Juan ¡cuántas noites sin dormir, cuántas rabias afogadas, cuántos puños apretados, cuántos dentes rechinaron, cuántos cagadeiros cheiraron a santo… po la envidia e avaricia del Señor de Senescal…, deixóulla a quen máis quería, a Dolores (Doloríos) a sua nena.

Pasaron os anos sin que el tempo nin as trampas fixesen regandixa algúa pra fender a unión dos tres hirmaos. Xuntábase decote todos, como se fose un ritual, el día da festa, nos roxóis, nas mallegas, nas laborías, nos feiróis, na primera comunión dos nenos, el veinticuatro de Junio promesa feita a sou padre e todos se vían nos entierros a cabodiaños de tódolos vecíos de tódolos pueblos.

Pro a paz é eslimóa como os limacos, e os incomodos chegan en banzanadas á cabeza de Pepe. Víase ás noites amormiado no banco da cocía, preocupado, calado coa cabeza baxa y’a pucha enfadada hasta el focín, cos oyos valeiros piyados po lo lume, po los chasquidos das estélas. Naide pregunta, naide contesta, él aló enriba no caínzo era testigo, cómplice, daquelas pestañas molladas naquelas raras e ralas noites d’iverno, trasno de choros e toses….el fume. Pepe ten ansias de pensar…e pensa “ meu padre nun foi xusto á hora del reparto da herencia, eu teño muyer e sete fiyos mentras que meus hirmaos tan solteiros…”.

Al chegar ahí, como si un relusco ye chamuscara as cexas despertaba daquel sono volvendo a normalidá á cocía e á familia. Duraba esa normalidá pouco tempo na cabeza de Pepe hasta que n’outra calquera noite apretaban as cabilacióis… “ nun tuvo piedá meu padre cuando repartíu a herencia, eu teño muyer e sete fiyos, nun á faltar quen me cuide cuando sea veyo;pro meus hirmaos tan solos tanto como outro ¡cómo se verán el día de mañá! Debera meu padre daryes a eles a miyor parte”.

Úa noite, feito espantuyo de noite, piyóu un sacado de cetén ás costas e carbayeira arriba coyéu el camín de Caraduxe, San Julián, A Valía, As Casías, Martul hasta chegar sigiloso al horro da casa de Ton de Samamede valeirando nél sacado de centén pra volver Ás Barreiras al serdía.

Despóis d’ua temporadía, cuando el fume se estripaba nas portas del corazón, Pepe del Gaspe deixóuse levar po lo mismo carreiro con outro sacado de centén ás costas hasta Martul, alí desvióuse por Salcedo, fixo rodiada Trabadelo, tomóu alento na Pena dos Ladróis e xa po lo chao chovendo chegaóu sin chamar chorriando á Pena da Ozca al horro da irmá de sou, Lola.

¡Cuántos fardelados de farelo, de centén, trigo, maíz, navía de navos, lacóis, toucín balugas d’unto e manteiga, restradas de longaínzas, cebolas, ayos, castañas de destelo e de corripa, paquetados de café, vergayos pra’s xonceduras, ósos de solá e de dente… descantá pasarna pola Sela de Caraduxe e po lo Xebro dos Camíos!

El fume tamén chega a Samartín e Vilanova. Ton e Lola nas suas cocías ás noites pensan: “Nun taba no sou xuicio meu padre cuando repartió a herencia, meu hirmao meirande ten muyer e fiyos, os máis tamos solos, ceibes”.

El relusco: “Nun taba no sou xuicio meu padre cuando repartió a herencia, meu hirmao meirande ten muyer e fiyos que manter, mentras que eu me defendo ben. Nun teño falta de nada. Debérayes deixar máis parte a eles”.

Pasaron noites e pasaron anos con este ir e vir por encima da misma estrume das mismas caellas coa misma carga no chao del mismo lombo hasta que núa delas pasóu lo que tía que pasar, atopárense os tres de bruces no Xebro dos Camíos.

Acordaron os máis veyos da Comarca el facer úa xunta na Ascuita (sito unde se xuntan os tres Oscos) pra falar das cousas de todos, deixándose de notar a falta d’úa iglesia con cabildro pra todos, ¿unde?

Decían ús que na serra, no misterio (A Bobia), unde os dioses viven envoltos na niebla.

Outros que al pé del río, fonte da vida a auga.

Outros queno monte unde vivimos

Outros que no Cortín dos Mouros

Outros que na Mansión de Món

Outros que no Convento dos Bernardos

Outros que na Veiga dos Cortellos

Outros que en Busqueimado

Outros que en Busdemouros

Outros que deixalo tar así

Outro que no meu horto…


Levantóuse el máis veyo de todos eles que decote tuvera calado (quizáis por eso el máis sabio) e dixo: “Escuitéi todo lo que dixestes, todos tedes as vosas razóis dexeito, a mía é de facela Iglesia unde os tres hirmaos del Gaspe se atoparon con tres sacos ás costas no Xebro dos Camíos”*


*Recuerdan los más viejos del lugar , recogidos testimonios de antepasados, que en aquella Junta se acordó labrar la primera piedra de la iglesia de Martul, epitafio a Juan del Gaspe, degollado, por insidias y maldades del Señor de Senescal.





Anónimo

III Premio Relato Costumbrista Antonio Raymundo Ibáñez, Marqués de Sargadelos


As Barreiras-Juan Legazpi Fernández En cinco días del mes de Enero del año de mil ochocientos y nuebe se enterró en esta Parroquial Iglesia de Santa Eulalia de Oscos, y arriba en la primera fila al lado de la Epístola, la cuarta sepultura Juan Legazpi Fernández vecino y oriundo del lugar de As Barreiras de esta Parroquia, esposo que fué de María Díaz Riopedre oriunda del lugar de Nonide, recibió los Santos Sacramentos, hizo Escriptura de Donación de todos sus bienes después de su óbito a favor de sus hijos, José, Antonio y María Dolores sobre las casas, tierras y bienes que poseía en Las Barreiras, San Mamed y San Martín, con la carga de sus funerales, mandó decir por su Ánima y la de aquellos a quien eran de cargo una misa el dicho día de San Juan y sesenta misas cantadas y rezadas, no fundó obra pía alguna y para que conste como tal theniente Cura que soy en esta referida Parroquia de Santa Eulalia de Oscos por Don Joseph Bermúdez Valledor Cura propio de ella, lo firmo los dichos día mes y año ut supra.

Alonso Méndez de la Graña.


De esta forma, sin aspavientos, se acabó la tercera generación de aquellos herreros llegados hace años de Vizcaya a los Oscos. El caso es que los vecinos cotidianamente los llamaban los Gaspe de Barreiras, por la rareza de su apellido, por la dificultad de las dos consonantes juntas, zp, por un sentido de recelosa defensa frente a los de fuera. (Un ilustrado matemático da fe de que Legazpi viene del francés le gaspí, que traducido a la fala (1) sería algo así como el gaspe). Juan se murió quizá deliberadamente por rabias y melancolías en aquel día en el que la Nación estaba empapada en la sangre de lo que llamaron Guerra de Independencia.

Se fue como casi todos baldado pero contento por haber hecho las cosas, de forma que al morir no se derrumbara todo lo que él y todos los anteriores habían levantado ayudándose los unos a los otros sin pelearse. A José (Pepe), el hijo mayor, ya casado, le dejó la casa y las fincas de Barreiras. No por ser el mejor legado era un desprecio a los demás, así y todo tenía cuatro hijos, el quinto en camino y era el primogénito.

Antonio (Ton), soltero, marchó para San Mamed.

Y aquella propiedad de San Martín en la Peña de Ozca que tantos desvelos le había ocasionado a Juan ¡cuántas noches sin dormir, cuántas rabietas ahogadas, cuántos puños apretados, cuántos dientes rechinados, cuántas cagadas en el santo! … por la envidia y la avaricia del Señor de Senescal…, se la dejó a quien más quería, a Dolores (Dolorosa) a su niña.

Pasaron los años sin que el tiempo ni las trampas abrieran fisura alguna en la unión de los tres hermanos. Se juntaban siempre todos, como si fuese un ritual, el día de la fiesta de los Roxóis (2), en las trillas, en los laboreos, en los mercadillos, en la primera comunión de los niños, el veinticuatro de junio promesa hecha a su padre y todos se veían en los entierros al cabo de años de todos los vecinos de todos los pueblos.

Pero la paz es escurridiza como las babosas, y las comezones llegan en oleadas a la cabeza de Pepe. Se le veía por las noches amuermado en el banco de la cocina, preocupado, callado cabizbajo y la boina enfadada calada hasta la nariz, con los ojos vacíos prendidos al fuego, a los chasquidos de las astillas. Nadie pregunta, nadie contesta y él allí arriba en el caínzo (3) era testigo, cómplice de aquellas pestañas mojadas en aquellas noches raras y ralas de invierno, trasgo de llantos y toses… el humo. Pepe tiene ansias de pensar… y piensa “mi padre no fue justo a la hora de repartir la herencia, yo tengo mujer y siete hijos mientras que mis hermanos están solteros…”.

Al llegar a ese punto, como si un chispazo le chamuscara las cejas despertaba de aquel sueño volviendo a la normalidad de la cocina y la familia. Esa normalidad duraba poco tiempo en la cabeza de Pepe, hasta que otra noche cualquiera le asaltaban las cavilaciones… “no tuvo compasión mi padre cuando repartió la herencia, yo tengo mujer y siete hijos, no va a faltarme quien me cuide cuando sea viejo; pero mis hermanos están solos tanto uno como otro ¡cómo se apañarán el día de mañana! Debiera mi padre haberles dado a ellos la mejor parte”.

Una noche, como un espantapájaros nocturno, cogió un saco de centeno a cuestas y robledal arriba tomó el camino a Caraduxe, San Julián, A Valía, As Casías, Martul hasta llegar sigiloso al hórreo de la casa de Ton en San Mamed dejando en el él el saco de centeno para volver a las Barreiras ya de día.

Después de un tiempo, cuando el humo se despanzurraba a las puertas del corazón, Pepe del Gaspe se dejó llevar por el mismo camino con otro saco de centeno a cuestas hasta Martul, allí se desvió por Salcedo, rodeó Trabadelo, tomó aliento en la Peña de los Ladrones y ya por la llanura lloviendo llegó sin llamar chorreando por la Peña de Ozca al hórreo de su hermana, Lola.

¡Cuántos fardos de salvado, de centeno, trigo, maíz, semillas de nabo, lacones, tocino, vasijas de unto y manteca, ristras de longanizas, cebollas, ajos, castañas de destelo (4) y castañas de corripa (5), paquetes de café, pellejos para amarrar, huesos del espinazo y carrillada de cerdo… cuánto hace que pasan por la Sela de Caraduxe y por el Xebro de Camíos!.

El humo también llegaba a San Martín y Villanueva. Ton y Lola en sus cocinas por las noches pensaban: ”no estaba en sus cabales mi padre cuando repartió la herencia, mi hermano mayor tiene mujer e hijos, los demás estamos solos, solteros”.

El chispazo; “no estaba en sus cabales mi padre cuando repartió la herencia, mi hermano mayor tiene mujer e hijos que mantener, mientras que yo me defiendo bien. No me falta nada. Debería haberles dejado más parte a ellos.”

Pasaron noches y pasaron años con ese ir y venir por encima de la misma trocha, de los mismos caminos con la misma carga sobre el mismo lomo hasta que una de esas pasó lo que tenía que pasar, se encontraron los tres de bruces en el Xebro de Camíos.

Los más viejos de la comarca acordaron hacer una reunión en Ascuita (lugar en el que se juntan los tres Oscos) para hablar de las cosas de todos, haciéndose ver la falta de una iglesia que los cobijara a todos, ¿dónde?

Unos decían que en la sierra del misterio (La Bobia), dónde los dioses viven envueltos en la niebla.

Otros que al pie del río, fuente de vida el agua.

Otros que el monte en el que vivimos

Otros que el Cortín de los Mouros

Otros que en el Palacio de Mon

Otros que en el Convento de Bernardos

Otros que en Veiga de Cortellos

Otros que en Busqueimado

Otros que en Busdemouros

Otros que mejor dejarlo estar

Otro que en mi huerto…

Se levantó el más viejo de todos ellos que había estado callado (quizá por eso el más sabio) y dijo: “He escuchado todo lo que habéis dicho, todos tenéis de hecho vuestros argumentos, el mío es hacer la iglesia donde los tres hermanos de Gaspe se encontraron con tres sacos a cuestas en el Xebro de Camíos”*

*Recuerdan los más viejos del lugar, según se halla en testimonios antiguos, que en aquella junta se acordó grabar la primera piedra de la Iglesia de Martúl, con epitafio a Juan del Gaspe, degollado por las insidias y maldades del Señor de Senescal. 


(1) La fala: dialecto astur-galaico de la parte más occidental de Asturias, frontera con Galicia.

(2) Roxóis: residuos que quedan al derretir la grasa del cerdo, después de quitar la manteca, que se come frito o en empanada.

(3) Caínzo: entramado de cañas o varas sobre del que se colgaba el embutido, la carne de salazón o cualquier otro producto que necesitase un proceso de curado mediante humo.

(4) Castañas de destelo: castañas recogidas del suelo que han caído del árbol por sí solas.

(5) Castañas de corripa: castañas almacenadas en una construcción circular de muro de piedra cuyo techo solía cubrirse con unas losas de piedra.

Esta ruta con arte ha sido posible gracias a:

Consejería de Cultura, 

Política Lingüistica y 

Deportes

                                              

Asociación de Amigos de Antonio Raymundo Ibáñez, Marqués de Sargadelos